Hace unas pocas semanas la filósofa estadounidense Susan Neiman arribó a Chile para presentar su libro “Izquierda no es woke” en la Universidad Diego Portales, en el panel la acompañaron la acompañaron los analistas Josefina Araos (IES) y Carlos Peña (rector de la UDP).
Este libro y su presentación desataron una pequeña polémica (sólo interesante para académicos, no tanto para la población general) dado el contexto político de Chile y también de Occidente en general. A modo de ejemplo, una de las causas por las cuales se cuestiona la gestión presidencial de Gabriel Boric y las fuerzas de su conglomerado oficialista (principalmente el Frente Amplio) sería su adhesión a la agenda “woke”; asimismo, se culpa a este “wokismo” de haber sido la causa del colapso de la intentona constitucional de la izquierda chilena en 2022, cuando, al ser plebiscitado, su texto constitucional fue rechazado por un 61,89% del 85,86% de los chilenos que participaron con voto obligatorio en aquel plebiscito.
En breve, se llama “woke”, debido al origen anglosajón del concepto, a la tendencia de los grupos de “nueva izquierda” de poner el foco de la lucha social en las políticas identitarias referentes a género, multiculturalismo e incluso ecologismo, principalmente.
Lo “woke” (“despierto” en español) refiere a la actitud supuestamente “despierta” de denunciar y combatir los cánones establecidos que oprimen y excluyen a los sujetos que son parte de grupos minoritarios o marginados, tales como indígenas, “disidencias” sexuales, afrodescendientes, inmigrantes y mujeres (según los feministas) hasta llegar incluso, a los animales y otras especies, incluso el planeta. La opresión a estos sujetos marginados sería dado por los dos grandes fundamentos de la civilización occidental, el cristianismo y el capitalismo, pero de esto hablaremos posteriormente.
Ahora bien, la incipiente polémica escaló al emerger públicamente una de las aristas principales de las conclusiones de Neiman, fervientemente apoyada por el rector Peña: que la cultura “woke”, por su tendencia particularista, tendría más que ver con el carácter anti-universalista de la derecha que con la izquierda, así, el daño que las políticas identitarias le harían a la izquierda tendría que ver con que, al afirmar estas identidades divergentes, se impide la unificación y cohesión social que la izquierda habría buscado históricamente, en tal sentido, la afirmación de identidad promovida por el “wokismo”, al ser excluyente, llegaría al mismo punto al que llegaría la derecha individualista y reaccionaria.
Presentado el dilema, corresponde advertir que, antes de inteligir dicha afirmación, es menester hacer una reflexión previa sobre la importancia de los conceptos en la discusión política, ello para dilucidar si el concepto “woke” tiene un peso realmente sustancial en el debate político.
Para llevar a cabo esta tarea, me permito en este espacio construir una clasificación provisoria que nos ayude a analizar por niveles el origen y uso de los conceptos en la discusión pública, muchos de los cuales se ponen de moda sin tener un sustrato de valor real.
En un primer nivel tenemos los conceptos usados por la gente común, es decir, ajena a la discusión política y académica formal, conceptos que van desde lo que se comenta en las calles hasta lo que se publica en X (ex Twitter). Estos conceptos rara vez emergen de la creación popular, debido a que la preocupación por la política de la gente común se suele vincular meramente a los problemas cotidianos, tales como el desempleo, la inflación o la delincuencia.
El uso de conceptos por parte de la gente común suele ser más bien azaroso y arbitrario, y frecuentemente los conceptos complejos quedan fuera del debate o sencillamente se copian e imitan. Así, la gente común se suele empapar de conceptos producidos en los siguientes niveles.
En un segundo nivel están los conceptos usados por los líderes de opinión: caen aquí periodistas y activistas de todos los tipos y tendencias, incluyendo también a los políticos que frecuentemente imitan lo que activistas y periodistas les transmiten, sabiendo que el público general tendrá acceso a los mismos conceptos y, por ende, pueden sumarse al uso de ese mismo idioma para hacerse entender, especialmente si un concepto está de moda.
Consideremos, por ejemplo, el concepto de “marxismo cultural”, el cual es una tergiversación de lo que corresponde al marxismo gramsciano y la teoría crítica, y que no abarca ni la totalidad de lo que dichas doctrinas integran, ni tiene sustento para incluir otros fenómenos tales como la deconstrucción.
El concepto de “marxismo cultural” es efectista, se utiliza la voz “marxismo” para darle a un abstracto abanico de fenómenos una connotación de peligro y se agrega lo “cultural” para denotar que hay algo nuevo, que los marxistas están usando la cultura para lograr sus objetivos, una paráfrasis de lo que planteó Antonio Gramsci con su modelo revolucionario superestructural y la Escuela de Frankfurt con su aproximación crítica a las industrias culturales.
Entonces, si bien hay un fundamento objetivo para la creación de este “marxismo cultural” (había y hay marxistas transformando la sociedad mediante la subversión cultural) el uso del concepto fue propagandístico y aleatorio, con el fin de propagar una vacua percepción de amenaza, de lo cual se han aprovechado los intelectuales de izquierda para cuestionar y burlarse de los activistas conservadores que usan el concepto a tontas y a locas.
No es en vano, aunque sea obvio y reiterativo, destacar entonces que el uso del concepto “marxismo cultural” ha sido mayoritario en los ecosistemas activistas que dieron origen y curso a las manifestaciones de “nueva derecha” que han venido siendo posicionadas en Occidente principalmente desde la década de 2010.
En un tercer nivel están los conceptos empleados por los académicos a nivel general, los cuales a veces trascienden a ser usados por líderes de opinión, políticos y gente común, siempre con el riesgo de que sean desvirtuados en el camino.
A grandes rasgos, en ciencias sociales, es posible ver que existen dos academias, la academia mainstream en sí, que está alineada con una visión más bien liberal, tecnárquica y social-democrática de la realidad, tal como ocurre en la economía y la ciencia política, y una academia relativamente disidente, enfocada en la transformación social radical, con fuerza especialmente en la filosofía, antropología y sociología.
La visión de la academia mainstream sigue muy de cerca los intentos de un “fin de la historia” al estilo Francis Fukuyama, a nivel normativo se acepta como premisa que la inclusión, la equidad distributiva, el respeto a las instituciones liberales y representativas, la democratización de distintos aspectos de la realidad, el consenso político en torno a lo pragmático y el rechazo a las posiciones “extremas” son los márgenes estándar que configuran un perfilamiento académico considerado “serio”.
Prueba de ello es el concepto de “populismo”, el cual es definido principalmente acorde a lo que el politólogo neerlandés Cas Mudde ha trabajado desde la década del 2000. Según Mudde, el populismo es “una «ideología delgada» que divide a la sociedad en dos campos homogéneos y antagónicos, el «pueblo puro» frente la «élite corrupta», y la política debe ser la expresión de la voluntad general del pueblo”1, con todo, Mudde agrega que lo contrario al populismo serían el elitismo (primacía de la elite) y el pluralismo (participación integral de la sociedad).
El uso extendido en la academia de la definición de “populismo” de Mudde ha tenido implicancias concretas, si bien no han sido pocos los que han intentado catalogar peyorativamente como populismo al socialismo latinoamericano del siglo XXI (por ejemplo, Axel Kaiser, quien es frecuentemente considerado más un líder de opinión que un académico por la academia mainstream), desde el triunfo de Donald Trump y el Brexit en 2016, la gran mayoría de los académicos que emplean la definición “muddista” han puesto su énfasis en el auge de la llamada “extrema derecha” para graficar el fenómeno y ya sea de forma sutil o explícita, lo hacen con una mirada de reprobación y preocupación por su existencia.
A su vez, el mismo Mudde, desde el inicio de sus estudios sobre el tema, ha sido más asiduo a observar el auge del nacionalismo europeo que fenómenos como el chavismo latinoamericano, sin mencionar que, a su vez, el pluralismo, entendido como oposición al populismo, es presentado con una connotación positiva.
La otra academia, la radical, tiene su propia definición de “populismo”, la que hereda de Ernesto Laclau, que implica que el populismo es “una forma de articulación de demandas y, como tal, no garantiza ningún sentido político predeterminado”2, la cual de suyo puede tener una connotación positiva para la transformación social.
Otro concepto emergido de la academia a favor de la transformación radical de la sociedad es el de “territorio”, originado en la transición de la filosofía estructuralista a la postestructuralista, al alero de pensadores como David Harvey, Michel Foucault, Gilles Deleuze, y Félix Guattari. Una síntesis sencilla de este concepto no es tarea fácil, pero a grandes rasgos remite a entender una configuración de poder en un determinado contexto espacio-temporal3. En tal sentido, la orientación reaccionaria o revolucionaria de dicho territorio es crucial, ya que los constructos conservadores deben “desterritorializarse” constantemente para “reterritorializar” prácticas emancipatorias.
A pesar de la complejidad del concepto “territorio”, éste ha logrado colarse y permear lentamente no sólo en la academia mainstream, sino también la vida pública; como ejemplo, políticos de izquierda en Chile hablan de “territorios” a destajo, entendiendo el significado que su ideología le da a la palabra. Por su parte, políticos chilenos de derecha también lo emplean, imitando a sus pares de izquierda, pero lo hacen creyendo que deben hacerlo porque está de moda, entendiendo nada de lo que están diciendo.
La voz “estallido social” que se usa en Chile para referirse al brote insurreccional que sacudió al país entre octubre de 2019 y marzo de 2020 tiene, a mi juicio, un origen híbrido. Por una parte es innegable que los medios de prensa y los líderes de opinión acuñaron rápidamente el concepto al punto que se instaló con fuerza en la cotidianeidad de la gente común; sin embargo, este concepto existía previamente en la literatura insurreccional, es decir, en textos producidos por grupos de izquierda radical y anarquistas, los que, a diferencia de los activistas comunes y corrientes, son militantes con doctrina elaborada, por lo que el uso de sus conceptos no es casual, ni aleatorio, ni obedece a modas.
Si bien no puede decirse que el origen de los conceptos insurreccionales es “académico”, sin duda está relacionado con producción teórica formal e informal de pensadores ultra-radicales.
Por último, podríamos hablar de un cuarto nivel en el que estaría la conceptualización con fundamentos teóricos fuera de lo mainstream y de lo insurreccional, se trataría de un tipo de conceptualización ajeno a los activismos, leal a la honestidad intelectual y académica (en el sentido clásico de la palabra) y que, en libertad de cátedra, podría plantear disidencia a los modelos teóricos predominantes.
Asumiendo que tal postura no es nueva y que la diversidad humana implica la eventual creación teórica constante, la aparición de posiciones políticas maliciosas y conspirativas ha hecho emerger una ciénaga de teorías absurdas de las cuales es preciso desprenderse para plantear una alternativa seria al debate académico predominante.
En tal sentido, dicha visión disidente del statu quo, pero que mantiene un nexo con tradiciones intelectuales tales como el realismo moderado y el esencialismo metafísico (de larga data en la historia occidental aunque no sean predominantes hoy), es la que autores como quien suscribe han intentado proponer al debate público.
A modo de ejemplo, la caracterización conceptual de la “deconstrucción” como sistema filosófico en sí mismo, con profundas consecuencias políticas y sociales, y no como un simple método de análisis literario, es algo que los mismos autores deconstruccionistas no explicitaron en sus múltiples obras, y por ello ordenar conceptualmente la deconstrucción más allá de las caricaturizaciones es un proceso intelectual en curso, a pesar de que el concepto ya esté relativamente instalado de forma imprecisa y marginal aún en el debate público.
Hemos hecho este recorrido sólo para demostrar que no todos los conceptos tienen fundamentos teóricos sólidos, sino que muchas veces son producto de modas y usos irresponsables con finalidades políticas de corto plazo. La prevalencia de conceptos mediocres lleva tomar decisiones mediocres.
Así, podemos volver por fin al concepto de “woke”. Tomando como base lo anteriormente presentado, sostengo que es fácil prever que se trata de un concepto del segundo nivel, un concepto superficial emergido del activismo para etiquetar un fenómeno muy similar al que se denunciaba con el rótulo de “marxismo cultural”.
Más aún, sostengo que el concepto de “woke” no es más que un vástago del concepto “marxismo cultural”, la diferencia es que su origen anglófono y de características más ligeras (suena mucho menos controversial hablar de “woke” que de “marxismo cultural”) permite que el concepto sea más digerible, al punto que hasta la izquierda se siente cómoda utilizándolo, más aún para criticar el fenómeno que engloba.
A modo de conclusión, el uso del concepto “woke” permite poner en el tapete las políticas identitarias de la nueva izquierda con facilidad, pero encubre la verdadera naturaleza del fenómeno político que busca representar.
Para comprender lo “woke” es preciso, antes que todo, entender la deconstrucción y cómo este sistema filosófico se relaciona con la ideología de izquierda radical, de lo contrario sólo nos sumaremos a un debate superficial que no ofrecerá ninguna respuesta contundente al fundamento de las transformaciones sociales y culturales.
En la próxima entrega abordaremos la idea expuesta por Neiman y Peña de que el particularismo político de lo “woke” puede emparentarse con el pensamiento de derecha.
Véase: https://doi.org/10.1111/j.1477-7053.2004.00135.x
Véase: http://bibliotecadigital.uns.edu.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1668-74342010001100005&lng=es&nrm=iso
Véase: http://beu.extension.unicen.edu.ar/xmlui/bitstream/handle/123456789/248/Territorio%2C%20desterritorializaci%C3%B3n%20y.pdf?sequence=1&isAllowed=y